miércoles, 13 de junio de 2007

El Olvido

Olvidar es no pensar, no sentir, no re-cordar. El olvido no se fuerza.

El olvido es como las lluvias. Pueden llegar primero unas nubes, unas pocas y otras se van sumando y el cielo se entolda y no podemos decir cuando empezó a llover, porque primero fueron unas gotas, unas gotitas casi invisibles que van tomando fuerza hasta hacerse una llovizna persistente que parece no acabar nunca.

Pero también el olvido puede llegar como una tormenta de verano. Truenos y relámpagos estallando, ese olor a tierra mojada que se cuela por los poros y de repente nos rodea una cortina densa de goterones que lavan todo.

Este olvido me llego primero como una llovizna…tus rasgos se desdibujaron…no reconozco tu voz…mis manos no recuerdan como se siente tu piel…el olor de tu casa se fue lavando…los sonidos de ese otro mundo en el que viví se quedaron mudos.

Y después me llegó como una tormenta…mientras mis ojos llovían y mi alma tronaba…fue como un rayo: lloraba pero no era a tu recuerdo al que lloraba. No pude verte más en medio del agua que caía a borbotones. Y me quedé parada ahí, chorreando, mojada hasta los huesos, sin entender porqué lloraba.

Estos días lloré por mí. Por mi necesidad de entender con la cabeza, con la mente el porque de las cosas. Por esa vieja racionalidad que me acompaña mezclándose con mi lado emocional y que se alimenta a percepciones, sensaciones y presentimientos.

Lloré porque no escuche y no quise ver las claras señales que en estos muchos meses fueron apareciendo en mi senda. Claras y estruendosas. Accidentes, pérdidas de cosas importantes, destiempo, indiferencias, malas excusas, buenos propósitos no cumplidos, y otras mas sutiles, mas suaves.

Lloré pero ya pasó la tormenta. Así como comenzó, paró. Y con la última gota el alma se me llenó de alegría, por la paz de estar donde quiero estar, por haber recuperado mis afectos, por trabajar con ganas y entusiasmo, por haber escuchado a mi alma y haber seguido su consejo, por los viejos amigos y por los nuevos amigos, por los abrazos, por las palabras cálidas, por las puertas hacia posibles futuros que se van abriendo, por haber comprendido que puedo vivir en cualquier lado, siempre y cuando esté rodeada de cariño. Claro que debí haber aprendido esto antes…St. Louis sin cariño fue un infierno. Después viví St. Louis con amigos para compartir abrazos, música, cafés, caminatas por el bosque, perros, parques, baile, cine, largas charlas en la cocina, libros, tristezas, alegrías, encuentros y desencuentros y tanto más. Y ese tiempo fue un tiempo feliz.

De aquí en más quiero para mí tiempos y lugares como este, como este instante en el que me siento plena, feliz, en paz.